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Casa Vacia

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Drasne's avatar
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Acababa de darle las instrucciones del día a la cocinera cuando Sandra entró con el sobre. En realidad no era nada fuera de lo común, porque siempre se escribía con su hermana y sus sobrinas, pero por alguna razón permaneció un par de segundos examinando con extrañeza el sobre color lila y la letra característica de su sobrina mayor, tan parecida a la de su madre. Guardó la carta en el bolsillo sintiendo sin saber por qué una opresión en el pecho. Trató de ignorarla, de volver a reducirla a la habitual sensación de vago malestar a la que estaba acostumbrada, pero sabía demasiado bien que cuando la angustia ganaba fuerzas no era tan fácil volver a dominarla. Aunque nunca se hubiese atrevido a decirlo en voz alta, así era desde hacía ya años... desde que pasó todo lo que pasó. Desde aquello que había que pretender que no había sucedido jamás.
No habían pasado dos días de la partida de su hijo cuando Jorge mandó a traer trabajadores con la instrucción de botar todas sus cosas y convertir su habitación en biblioteca. Incluso se deshizo del piano, y prohibió terminantemente a Luz María y a las empleadas que volvieran siquiera a mencionar su nombre. Así, antes de una semana se había borrado todo rastro de su existencia. Las fotografías, los cientos de partituras que había acumulado con los años, incluso los toscos regalos del día de la madre que le había hecho de pequeño con palitos de fósforos y fideos pintados... no quedó nada. Ni una raya en la pared, ni una mancha en la alfombra que delatara su existencia. Nadie hubiese dicho que en esa casa había habido un hijo, que entre esas paredes un niño había dado sus primeros pasos, que había crecido y vivido allí por tantos años.
¿Hacía cuánto ya de todo eso? Años, décadas, puede que siglos. Para ella, sin embargo, su ausencia seguía siendo como un vacío casi tangible, algo con existencia propia que palpitaba dolorosamente en en cada rincón. La música desapareció para siempre. Sólo a veces, cuando las pastillas del doctor Kauffman no bastaban, cuando se quedaba despierta y sola en la oscuridad de la casa dormida, le parecía sentir que en lo más profundo de las paredes seguía vibrando el sonido del violín.
Cuando Jorge no estaba, a veces la señora Maribel o Sandra mencionaban tímidamente a “el niño”, como siempre lo habían llamado; pero ella cambiaba el tema con voz cortante, como reprendiéndolas por desafiar la prohibición de su marido. Él, por su parte, seguía siendo el de siempre. Pasada la ira inicial, volvió a ser exactamente el mismo: severo, respetable, distante, siempre ocupado con su trabajo y sus negocios. Nunca más volvió a mencionar a su hijo, ni a nada que tuviera relación con él. Parecía que realmente lo había borrado de su memoria.

Como si nunca hubiera existido.

¿Por qué ese día no podía dejar de pensar en esas cosas? ¿Por qué la sensación, habitualmente difusa, aparecía tan clara y dolorosa? Quizás tenía que ver con la actitud irritable de Jorge en el último tiempo, como si algo le molestara, como si constantemente tuviera una piedra en el zapato. Hacía varios días que ni siquiera cumplía con el antiguo ritual de sentarse después de almuerzo a leer El Mercurio en su sillón, y en lugar de eso se encerraba en el estudio con un portazo. Una tarde incluso se había enfurecido cuando ella le pidió el diario, y le dijo con tono golpeado que no lo había traído y que no se lo volviera a pedir.
Pero, ¿para qué pensar en eso? estaba acostumbrada al carácter de su marido, y sobre todo, estaba acostumbrada a callar. A nunca preguntar. A seguir ocupándose de la casa, a recibir visitas, a tomarse las pastillas del doctor Kauffman, a dar la perfecta impresión de que nada sucedía tras la plácida superficie de su casa impoluta.

A media mañana se acordó del sobre, y sin saber por qué volvió a mirarlo con un dejo de extrañeza. Al abrirlo, en lugar del habitual papel de cartas color lavanda vio una hoja doblada que parecía papel de diario.

Sin entender nada, Luz María la sacó despacio y la desplegó. Era una hoja grande, del suplemento de Artes y Letras de El Mercurio, con fecha de unos seis días atrás.  Había una columna de texto, una foto en blanco y negro y un pequeño recuadro en  la esquina, todo bajo un título escrito en grandes caracteres (“Renovación en la Sinfónica”). Aturdida, sus ojos recorrieron de forma inconexa las líneas de la columna:

Destacado violinista nacional... Universidad de Paris-Sorbonne... discos grabados... giras en Estados Unidos y Europa... regresa a nuestro país luego de-

Incapaz de seguir el hilo de las frases, pasó a la fotografía central. Era una hermosa foto, sin duda obra de un profesional, que mostraba el perfil de un hombre vestido de frac tocando el violín. El sutil juego de luces y sombras conseguía dar una impresión de movimiento, y transmitía vívidamente toda la emoción concentrada en la figura del artista. Luz María miró por largos segundos el mentón apoyado en el instrumento, la forma elegante en que los dedos aferraban el arco... los ojos cerrados y  el ceño ligeramente fruncido en la misma expresión que ya a los seis años ponía cuando se absorbía en la música. Se quedó mirándolo como en una especie de trance, reconociendo de a poco el rostro alargado, los hombros más anchos, la manera de inclinar la cabeza y apretar los labios en ese gesto de concentración que conocía tan bien. Tocó suavemente los puntos de tinta que componían la imagen y recorrió despacio la frente, la nariz, los ojos cerrados. La figura se difuminó ante sus ojos y una gruesa lágrima cayó sobre las letras del pie de foto, justo donde se leía Gentileza de Sony Records.
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JeshuaMorbus's avatar

Necesito contexto para la última línea. ¿Qué implica Sony Records en esta historia? Sí, ya sé que explicar el chiste le quita toda la gracia, pero me gustaría entenderlo ^_^U